El uno por ciento

| domingo, 1 de abril de 2018 | 10:59


En uno de los últimos The New Yorker hay un artículo de Elizabeth Kolbert, The psychology of inequality, que trata diversos estudios acerca de la relatividad de la riqueza, que dan resultados tan inesperados como significativos. Estos experimentos llevados a cabo por economistas concluían que los trabajadores que descubrían que cobraban menos que sus compañeros no realizaban proyecciones de futuro optimistas y pensaban que llegarían a ponerse al nivel -como defienden determinadas teorías-, sino que se mostraban molestos y valoraban menos su trabajo, dando el pistoletazo para la búsqueda de uno nuevo, mientras que esos mismos compañeros, cuando descubrían que estaban por encima del sueldo de sus colegas, tampoco se ajustaban a las teorías clásicas que o bien los mostraba inquietos por la posibilidad de perder su capacidad adquisitiva o bien se mostraban contentos por hallarse por encima del resto: se enfrentaban a esa realidad de manera indiferente. Es decir, con las cuentas en la mano, los que estaban en la cima no se consideraban ganadores y el resto se consideraban directamente perdedores. Elizabeth sigue abundando en su artículo acerca de una pregunta que parece obvia: qué es sentirse pobre. La respuesta puede parecer evidente, pero si se considera que en muchos casos la medición de la riqueza se realiza en comparación con el resto, la contestación no queda tan clara. Y sí, les adelanto que es posible ganar muchísimo dinero y sentirse pobre. Durante las entrevistas que se hicieron en una franja privilegiada de NY -y hablamos de ingresos entre los quinientos mil y dos millones de dólares anuales, que en algunos casos subía hasta los ocho millones-, los interrogados no parecían sentirse excepcionalmente bien situados, porque tenían en cuenta que su vecino de casoplón tenía un avión privado, y eso, según ellos, sí era estar forrado -a saber lo que pensaría el tipo del avión del que tiene un avión y un yate, y así hasta el infinito-. También resultaban desconcertante las conclusiones acerca del comportamiento: quienes se sienten pobres tienen más tendencia a comportamientos de riesgo -por ejemplo, en las apuestas-, mientras quienes se sitúan en franjas más estables de ingresos son conservadores. Evidentemente, estoy resumiendo a grandes pinceladas todo lo que se cuenta, pero, de todo, me quedo con uno de los múltiples epílogos que finalizaban los experimentos: cuando le dijeron a una de las señoras entrevistadas que se hallaba entre el uno por ciento de la personas más privilegiadas del país, ella destacó que sí, pero que se hallaba en el mismísimo fondo de ese “uno”, y subrayó “la diferencia entre la base y la cúspide de ese uno por ciento es enorme”.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto lo que cuentas pero en mi opinión los ricos que se sienten pobres son unos miserables. Es mi opinión. Más miserables que quienes viven en la calle y duermen en cartones.

Los ricos que se sienten pobres son capaces de lo que sea para escatimar dinero a sus empleados por ejemplo. Y les duran tan poco que no entienden por qué. Y los empleados no suelen explicárselo, saben que en el fondo lo comprenden bien; se sienten liberados lejos de todo ese engranaje que les asfixia de diversas formas en las que todo es manipulación. Y un asco.

Me alegra ese estudio que lo deja todo tan claro. Saludos