El árbol de la vida

| jueves, 13 de octubre de 2011 | 23:30




La última película de Terrence Malick no es una película, sino una oración. Una hermosa, delicada y en algunos tramos excesiva oración que le sirve al director para conjurar sus dudas y ansiedades, para satisfacer su necesidad de respuestas imposibles con preguntas de las que ya sabe las réplicas. Había hecho cuatro películas antes, y las cuatro me gustaron con sus respectivos peros, aunque, a mi entender, 'Malas tierras' y esta que nos atañe son las mejores. Malick decidió que, en esta ocasión, el orden y los guiones y la contención en la edición no iban con él, con la libertad y el peligro que esto conlleva. La belleza de los planos, la exquisitez de la música escogida -esa Lacrimosa en medio del universo en formación-, la expresividad de los actores, todo crea un estado mesmérico que hace que se te olvide que no hay apenas diálogo, que en ocasiones no sabes qué está contando, y que en el intento megalómano de abarcarlo todo, de imbricar lo macro del Génesis y lo micro de esa familia americana en los cincuenta, se le vaya la pinza con imágenes en plan National Geographic y que sobre media hora de cinta. Da igual. Cuando llega el cuento de ese padre déspota pero honrado, de la madre sumisa y amorosa, de los niños que navegan como pueden por esa infancia preadolescente, llena de descubrimientos y sensaciones, de sentimientos difícilmente comprensibles y controlables, te atrapa por completo. Malick es un mago jugando con la cámara, que de continuo capta detalles, revelaciones, milagros, evocaciones, narrándote un paraíso en la tierra que de cuando en cuando es invadido por una presencia helada ultramuros, esa realidad en la que la muerte es señora de todo. El final de la película también está de más, con todas esas almas por la playa en un resumen ecuménico de personas y tiempos, demasiado explícito, demasiado espíritu 'new age'. No obstante, eso no quita para que esta oración siga elevándose como el incienso no solo al dios cristiano que adora Terrence Malick, sino a cualquier otro dios, a todos los dioses que hemos creado a nuestra imagen y semejanza. Y ese dinosaurio, seguramente antepasado nuestro, que sale del bosque y entra en el cauce del río y atrapa a otro espécimen moribundo, y cuando todos estamos esperando el zarpazo o dentellada que acabe con todo, por contra le deja vivir, en una de las más elevadas parábolas de la compasión que un servidor haya visto en una pantalla. Y es que sin esa compasión, seguiríamos siendo esos dinosaurios que recorrían los bosques y, a veces, el cauce de los ríos.

3 comentarios:

YO dijo...

Otra peli que no podré ver en pantalla grande, prefiero estar con mis niños.
Mi marido me había hablado ya de este director, del tiempo que se toma para cada peli...Creo que no he visto ninguna de sus pelis, así que no podría comparar ésta con las otras.
¿Cómo una oración?. Singular.

Me voy a dormir, creo que sin rezar...la Excel hasta estas horas sí que es como una oración. Qué remedio el mío.
¿Sabes que los ordenadores tienen Excel, Ignacio?
Pueden hacer hasta macros...son muy divertidas...
Hay que ver lo que os perdeis los de letras.

Begoña Argallo dijo...

No vi la película, pero por lo que se refleja en el texto es una de esas películas que uno no se debe perder, y que además es de las que nunca me defraudan.
En cuanto a la compasión creo que es de vital importancia en nuestras vidas porque sin ella posiblemente nos habríamos extinguido. Ya sabemos que el odio mata.
Saludos

Ilsa dijo...

Me quedo con "Badlands", aunque "El árbol de la vida" me ha gustado, sobre todo , porque ves algo nuevo despues de tantos remakes, orígenes de película,e interminables segundas, terceras...partes.
Me fascina como capta el mundo de la infancia y como combina música e imágenes. En algunos momentos es autentica POESÍA.
Por cierto, ¡enhorabuena por el premio!.

Saludos.