Los suspiros de Buñuel

| miércoles, 27 de julio de 2011 | 10:55

Así se titulan las memorias de Luis Buñuel: Mi último suspiro. Y son deliciosas, tanto que también se leen en un ídem. Son recuerdos, jirones de vida, frases y situaciones, pensamientos y chistes, manías y repulsiones, su decidida iconoclastia, los sueños, pero sobre todo son vitalidad, ansia torrencial por vivir, por beber hasta la última gota del dry martini, por encontrar esa belleza que Aquino definía como la relación entre dos cosas diferentes. Su infancia y adolescencia en Calanda y Zaragoza, la guerra civil, la Residencia de Estudiantes, el surrealismo, el alcohol y el sexo, París y Hollywood, el cine, la religión, Las Hurdes, México… Luis Buñuel gasta una ironía desmitificadora -que no sarcasmo-, y su vida es un almanaque Gotha de personajes que pasan por ese tamiz que los humaniza sin dejar ser tierno con ellos, de amarlos -y no pocas veces odiarlos al mismo tiempo-. Si, como se dice, todas las novelas son ciertas y todas las memorias son falsas, la mentira de Mi último suspiro provoca sentimiento y asombro, dulzura y vacío. Curiosamente, una de las preocupaciones de Buñuel a este respecto, era que la memoria no estaba amenazada solo por el olvido, sino por los falsos recuerdos, la memoria constantemente invadida por la imaginación, por el ensueño, hasta que, al final, acabamos por creer esa mentira al punto de convertirla en verdad, siendo tan vital y personal la una como la otra. Jugosas anécdotas e íntimos relatos, Bretón confesándole que es triste reconocerlo, mi querido Luis, pero el escándalo ya no existe; su animadversión por Gala, estímulo y sugestión de Dalí; una frustrada orgía con Chaplin; su convicción de que lo que no se hace por un dólar no debe hacerse por un millón; sus recetas para hacer el mejor dry-martini… Imprescindible el cuento -verídico o ilusorio, eso, como hemos apuntado antes, resulta accesorio- de la noche en que le pagó una puta a Luis Alcoriza, o la fantasmagórica y espléndida cena en la mansión de Georges Cukor, rodeado por un agonizante John Ford, un rechoncho Hitckcock, Billy Wilder, Robert Wise, Mamoulian, William Wyler… ¡Quién hubiera podido estar, aunque fuese como invitado de piedra! En una de las línea del libro, Buñuel confiesa que solo a través de los demás puedes juzgar lo que haces. Pues bien, prueben a abrir el libro y juzguen si esto no ha sido una vida digna de ser vivida.

3 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Suelen gustarme los resúmenes de vidas que suelen ser las memorias, donde todo el mundo se guarda las partes que no quiere ni recordar ni que le recuerden. Alguien dijo que los libros de memorias no cuentan la verdad, sino lo que se ha idealizado acerca de ella.
En cualquier caso creo que los libros de memorias son un fiel reflejo de su autor y algunos después de leídos no pueden olvidarse por todas las lecciones que conllevan. No leí Los suspiros de Buñuel pero por todos los nombres que apunta me imagino que debió escoger muy mucho las palabras al escribir, porque a día de hoy algunos se despellejan por tener algo que reclamar en un plató de televisión previo pago de su importe. Me permito una maldad, quizá al escribir libros de memorias uno selecciona debidamente aquellos que elige olvidar para evitar que le recuerden.
Saludos

Daniel dijo...

Lo que tenia Buñuel no era ironia ni sarcasmo. En Aragon lo llamamos "somarda". Es una mezcla de mala leche con elegancia y con una media sonrisa. Vamos, que era un somarda de cuidao el tio Luis. Todos los aragoneses que lo conocieron coinciden en ello.

IGNACIO DEL VALLE dijo...

Somarda... tomo nota.