Entrevista en Les Noticies

| miércoles, 8 de julio de 2009 | 19:52





Los demonios de Berlín cierra por el momento la trilogía iniciada con El arte de matar dragones y continuada con El tiempo de los emperadores extraños. ¿En qué medida Arturo Andrade nació como un personaje determinado a protagonizar una saga o, por el contrario, cada una de las obras mencionadas fue engendrando a la siguiente?
Ciertamente Arturo Andrade ha sido una sorpresa. Si te soy sincero no contaba con que su persona -para mí ya no es un personaje-, se prolongase más allá de El arte de matar dragones. Pero, inesperadamente, Arturo Andrade fue adquiriendo complejidades, deseos, sueños, frustraciones, odios, amores… Alguien capaz de interaccionar con el mundo, de leer la historia, era el protagonista adecuado para situarlo en un periodo en el que se libra una lucha titánica entre la verdad y la mentira, con la dimensión trágica y a la vez cómica que se puede alcanzar.


Mientras El arte de matar dragones tenía como trasfondo la Guerra Civil española, las dos siguientes se ocupan de la II Guerra Mundial, un tema que parece que ha adquirido un peso bastante importante en su obra y que, aparte de en sus novelas, usa como tema recurrente en sus artículos…
He repetido mucho que la Segunda Guerra Mundial es el hecho histórico más importante de los últimos quinientos años, y se seguirá hablando de el en los próximos cien. Un momento en que el mundo arde, y la destrucción y la muerte y la desarticulación de la sociedad es universal, y aun así las personas intentan mantener la humanidad, porque está demostrado que cada vez que el hombre intenta liberarse del lastre de la moral, no asciende al escalón de los ángeles, sino que desciende al de las bestias. Un ejemplo evidente de esa otra lucha es el día a día de los habitantes de Berlín obsesionados por mantener la normalidad incluso bajo los bombardeos -la importancia social de las cosas en medio del infierno, las rutinas que generan seguridad frente a lo imprevisto y el terror, ir a trabajar, la cola del racionamiento-, que para un escritor resulta fascinante porque es conflicto, y para mí sin conflicto no hay novela.


Cabe destacar la evolución de Arturo Andrade como personaje en el sentido de que, a medida que avanza la saga, su humanización aumenta en la misma medida en que lo hace su descreimiento.
Arturo siempre lucha porque la belleza en unos casos o el amor en otros haga de contrapeso a su lado darwinista, ese que provoca que salte su barniz de humanidad. En cierta manera se niega a ser un hombre hueco, relleno, con la mollera llena de paja y que su voz reseca susurre tranquilamente y sin significado, si se me permite citar a Eliot. Cree que lo que nos define es lo que elegimos y nuestra manera de hacerlo, y lo cómodo es ser un jodido nihilista, como se dice en la novela, lo fácil es decir que nada importa, lo otro, lo duro, es separar lo justo de lo injusto. Arturo Andrade desea ser un hombre justo, es decir, buena gente, que no implica ni debilidad ni estupidez.


Sus dos últimas novelas parten de situaciones específicas muy concretas -la campaña de la División Azul en Rusia en El tiempo de los emperadores extraños; los últimos días del Berlín del III Reich en Los demonios de Berlín- para ahondar en cuestiones o aspectos poco conocidos en la Segunda Guerra Mundial.
Me gusta colocar la cámara en ángulos nuevos, y me gusta hacer preguntas a la historia, que son siempre diferentes, porque estas no son las mismas a los veinte, que a los treinta, que a los cincuenta años, como no se pregunta lo mismo sobre la Segunda Guerra en los años sesenta, en los noventa del siglo pasado, o en el siglo XXI. Lo importante son siempre las preguntas, no las respuestas.

Vuelve a utilizar el esquema de thriller para conducir la narración, lo que supone apostar por una narrativa de género frente a esa narrativa culta que parece ser más querida por la crítica y correr el riesgo de que haya quien se aleje de esta novela por cierto prejuicio contra los bestsellers.
No creo que el éxito de una novela se mida ni por premios ni por buenas críticas, sino porque el lector se vea afectado por lo que cuento. Y también creo recordar que fueron bestseller Cervantes, Fitzgerald, Updike, Victor Hugo, Hemingway, y antes Defoe, Dickens, Goethe, Cervantes, Stevenson, Twain… En fin, yo escribo para gustar tanto a los lectores de Thomas Mann como a los de Stephen King. Creo en lo que me hace pensar y al mismo tiempo me entretiene. Creo en la sencillez, en la claridad, en lo que carece de pretensiones artísticas en su sentido más afectado. Creo en Stendhal, creo en Kipling. Creo en Victor Hugo. Creo en lo que me oxigena intelectualmente. Creo que hacer novelas con el aparato teórico a cuestas es como regalar un libro con la etiqueta del precio. Creo en las novelas de emoción, verdaderas y llenas de gracia. Creo en el equilibrio entre la fuerza de la esencia y la seducción de la superficie. Creo en el thriller interrogativo, que trabaje el estilo, que resuelva problemas estructurales, y que puedas seguir leyendo aunque conozcas el desenlace, que es cuando sabes que una novela está bien escrita. Esta es una parte de mi credo.


A lo largo de la novela planea una reflexión sobre el horror: tanto sobre su presencia en el mundo como sobre la capacidad y las distintas maneras que tienen los hombres para enfrentarse a él.
Hablamos de una guerra en la que se cometió el mayor crimen en una época llena de crímenes: la extirpación de la inocencia, el conocimiento directo de la muerte por los niños fuera de los sueños o la intuición. Hablamos de un horror tal que habita en cada uno de nosotros porque cualquiera podría, como decía Goethe, cometer cualquier crimen en las circunstancias adecuadas. Y para enfrentarnos a él hay que tirar del amor, del arte, del sentido común, de la piedad.


En una entrevista reciente señalaba que usted cuenta historias con personajes, con conflicto, con argumento, o sea, lo que yo considero novela. Sorprende esa rotundidad al referirse a un género que siempre ha estado en constante transformación y de cuyo presunto fin ya se ha hablado muchas veces, y viene a resucitar el viejo debate entre fondo y forma.
Cada escritor tiene su Weltanschauung, su visión del mundo, y todos convivimos siempre y cuando no se quiera imponer. La mía tiene que ver con Kipling, con Victor Hugo y con Scott Fitzgerald; con Ford Coppola y con cierto Spielberg también. Yo cuento historias que fluyen, e intento no encriptar el mundo, sino descifrarlo. Se ha enseñado demasiado a respetar la literatura, y a la literatura hay que amarla, una literatura que sólo tiene sentido si te produce placer, aunque sea perverso. Novelas que produzcan catarsis, que ayuden a eliminar angustias vitales, que ayuden a ordenar un poco el mundo, con personajes, con recursos, con acción, con psicología. Novelas que no sean un deber, sino una fiesta. Y sobre todo que sean elegantes, y quien mejor ha definido la elegancia es Armani: un balance entre la proporción, la emoción y la sorpresa. Posiblemente no es lo que está de moda ahora mismo, pero mira, yo procuro no estar a la moda, así no pasaré de moda.


En la edición de bolsillo de su anterior novela invitaba a los lectores a sugerirle nuevas peripecias para Arturo Andrade. Hace unos días manifestó estar dispuesto a seguir adelante con la saga siempre y cuando hubiera lectores que quisieran conocer la evolución del protagonista. ¿Qué papel ocupa el lector en su quehacer diario? Me refiero a si llega a ocupar el papel de un agente que influye directamente sobre su manera de escribir.
Camus decía que si escribes claro tendrás lectores y si escribes oscuro tendrás comentaristas y discípulos. Yo soy camusiano. Hay que buscar siempre un punto de encuentro entre tú y el lector. Entiendo que la literatura no tiene que ver con construcciones eruditas, si con minorías, ni con lo abstracto. Has de tener claro que cuando cuentas una historia el receptor tiene tanto control sobre el discurso como tú, y que los libros sólo tienen sentido si alguien los abre. El esfuerzo debe ser nuestro, debemos hacer que lo difícil parezca fácil. La inteligencia simplifica, no complica, el mismo Camus lo demuestra. Y, por supuesto, hay que escuchar al lector.


Desde hace tiempo se viene hablando de una posible adaptación al cine de El tiempo de los emperadores extraños. ¿En qué fase se encuentra ahora el proyecto?
En la fase final ya. Una producción que se ha tomado dos años para acabar el guión, da una idea de la solidez del proyecto. De momento no puedo contar más, pero tengo mucha confianza en la adaptación.

Con Berlín en manos de las tropas aliadas y Arturo Andrade abrazado una vez más a sus últimas revelaciones, hay que preguntarle si tiene pensado seguir adelante con el personaje o si, por el contrario, sus obsesiones actuales siguen otros caminos.
De momento descansará una temporada. Ahora estoy a la mitad de una novela que transcurre en la actualidad y con la quiero mirar el mundo que me rodea, que no es más que el fruto de lo que nació en Berlín. Y mi objetivo es el de siempre: emocionar.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Too much namedropping...Perdona, ya sabes que no me puedo contener cuando se me ofrece la oportunidad de dar la canha. Por otra parte, muchas felicidades - tanto por el libro como por la repercusion. Y mucho animo para la proxima. Abrazos desde el Bosforo. d.

marqués dijo...

Y la inspiración no vendrá de algún paseo por la Oranienburger Strasse y sus "estatuas"?
Saludos desde Dresden

LBO2 dijo...

Me alegro siempre que digas que tu objetivo es emocionar al lector, y tratar de presentar las cosas con sencillez y claridad. En mi caso, como lectora, es algo que agradezco, para que así la literatura, se convierta en placer para mí. Al igual que hago con la música. Si bien procuro tener una visión amplia, sobre todo en este último arte, no puedo evitar finalmente reincidir y recrearme en aquello que proporciona placer a mis oídos, según el estado de ánimo, según lo que toque en cada momento....

Reconozco que más en el pasado que ahora, a veces he leído un libro porque tocaba leerse, porque se tenía que leer. El Quijote, por ejemplo. A los 15 años me dije, de aquí no pasa. Y me lo ventilé. Un verano me llevó. Hoy leo sobre todo aquello que me hace disfrutar, aunque también aquello que me aporte algo, siempre que no sea un sufrimiento para devanarme los sesos. Si me lo paso bien, para mí es bueno. Y por eso, me ha gustado mucho lo que te he leído.

También es verdad que el concepto de bueno o malo, depende de cada uno. No puedo evitar hoy día que en mis elecciones literarias o de cine, tenga una influencia fundamental la persona con la que comparto mi vida. Por la sencilla razón de que su intelecto es superior al mío. Puede no ser políticamente correcto hoy día que una mujer reconozca que es menos inteligente o capaz que su esposo. Me da exactamente igual, la verdad, dado que carezco de complejos como persona y como mujer y porque sé que además eso me ayudará a superarme y a crecer. Si no fuera por mi esposo, para mí obras como “On the Road” de Jack Kerouac o “El guardián entre el centeno” de Salinger, no digo yo que me hubieran pasado totalmente desapercibidas, pero no hubiera sabido entender la importancia que tienen, lo que representan en una determinada época, por el retrato y la crítica que son capaces de hacer. Tengo mi criterio de lo que me gusta, pero me obligo a escuchar a los demás, especialmente si no piensan lo mismo que yo, si me dan otra visión del mundo. Así, tal vez entre todos podamos entender este complicado mundo que nos toca vivir. Y me divierte si le digo que “soy una liberal”, que me suelte el speech que se sabe de memoria de una peli como Apocalypse Now que tanto le gusta: “La verdadera libertad es no depender de nada; ni siquiera de la propia conciencia”. Y claro, si se llega a eso, se es capaz de matar, de destruir y aniquilar a quien se te ponga por delante. Y eso no. Es preciso, como dices, seguir separando el bien y el mal. Lo justo de lo injusto, que es lo verdaderamente difícil. Lo fácil es pasar de todo y decir que todo da igual.

Y mientras lo hacemos, ir disfrutando de la vida, con buena literatura, buena música, buen cine y algún que otro lujillo, que tanto nos agrada la vida. Y tratar de atesorar esos momentos dentro de nosotros. Yo procuro que no se pierdan en mi memoria, los buenos momentos. Y la verdad es que es tan selectiva como yo; tal vez no recuerde toda la trigonometría que he estudiado. Pero de los momentos felices de mi vida, de los buenos de verdad que tienen que ver con el amor, siempre me acordaré. Y da igual si no quedan en un libro o en una peli. Son míos, y seguirán conmigo siempre. Hasta mis 122 años, con suerte. Y luego, “....todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia...” . La angustia del replicante. Es preciso asumirlo, si no queremos volvernos locos, o perder el poco tiempo que andamos por aquí.


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LBO2 dijo...

Espero que el proyecto cinematográfico de los frutos esperados, aunque finalmente no dependa todo de ti. Si te gusta tanto el cine, estarás feliz si quedas contento con la peli que se haga de tu libro.

Y mucha suerte con la nueva novela tan avanzada. Hacer un retrato, una visión del mundo actual que aporte algo; la tuya. Está bien, muy bien. Y que de sus frutos lo que nació en Berlín...........¿en versión bilingüe español-alemán?. ¡Qué bien!.

No hay mejor forma de aprender un idioma que escuchándolo. Mi hijo es bilingüe francés-español. Me he empeñado, y aunque tengo que tirarle de la lengua, ahí está. Ya lo va sedimentando en su cabecita. Así tendrá uno más que añadir al inglés del cole...Me ha costado mis críticas pero, estoy acostumbrada....dentro y fuera del blog.

P.D.: Me apuntaré a todos los cursos que des sobre ELEGANCIA, en ese difícil equilibrio entre la proporción, la emoción y la sorpresa. Lo digo en serio. Una cosa es que una mujer no sea alta, o no tenga unas piernas de anuncio o la belleza de la publicidad de champú. Pero todas, si queremos, podemos ser elegantes. Si das cursos, me apunto.

Anónimo dijo...

Jaja, muy bueno el 'marques' sobre la Oranienburg...alli hay mucha inspiracion en potencia :-) d.