Un cuento ruso

| martes, 2 de diciembre de 2008 | 0:07




Les voy a contar un cuento. No es necesario empezar por érase que se era, vamos directamente al meollo, a la época del desmoronamiento de la Unión Soviética en que el crimen campeaba masificado, sin barreras definidas, camuflado en todos los pliegues del conjunto social, inabarcable y podrido. De la noche a la mañana millones de rusos se encontraron por debajo del umbral de la pobreza debido a la hiperinflación –el rublo era un mendigo y el dólar su rey-, registrándose una gigantesca carrera por la supervivencia en la que se dio un aumento espectacular de la delincuencia organizada y las guerras en el Cáucaso que asolaron el territorio. En este entorno mortífero surgió una nueva clase de delincuente, unos señores que aprovecharon el vacío de poder para desvalijar los bienes del Estado y robar industrias enteras, bombeando una corriente de oro hacia paraísos fiscales lejos de Rusia, al tiempo que adornaban sus fechorías con una orgía de consumo digna de los zares y unos comportamientos tan decadentes que harían enrojecer a Calígula. Se llamaban los oligarcas. El método para forrarse fue tan elegante como sencillo. El llamado gabinete kamikaze de Yeltsin desmanteló el contrato social soviético y liberalizó los precios sin ningún tipo de control. Casualmente, liberalizó todo lo que afectaba al ciudadano de a pie, el pan, la vivienda… pero no lo que tocaba a los empresarios, el petróleo, el gas natural, los diamantes y los metales. Así, los malhechores podían adquirir todo esto al antiguo precio protegido soviético y venderlo al precio de mercado en el extranjero. En algunos casos, el precio inicial era cuarenta veces menor. ¿Van cogiéndolo? Si tú compras a un dólar en Siberia y vendes a cuarenta en Estonia, te puedes ir descojonando del Tío Gilito. Pero hay más.
Los oligarcas, para proteger el chiringuito privado que habían montado, y ante la ausencia de un poder estatal, tuvieron que pactar con las mafias para que hiciesen cumplir los contratos. Entre 1991 y 1996 la economía rusa estuvo manejada por gánsters obsesionados por las orgías, el vodka, la ostentación de la riqueza y la conspiración política. Como no podía ser de otra manera, la cosa terminó por desmandarse en una guerra entre capitostes hasta que llegó Putin y les cortó las alas. No obstante, sólo se limitó a encerrar o ejecutar a los oligarcas que no se sumaron a la política imperialista del Kremlin. Al resto, o sea, a quienes compartieron su visión del autoritarismo de mercado al servicio de sus objetivos políticos, se les proveyó de total impunidad.
Les he contado todo este cuento para que noten que estos señores son los mismos que manejan Lukoil, es decir, los mismos que quieren comprar Repsol. ¿Van atando cabos