| martes, 18 de marzo de 2008 | 13:18


DIVINAMENTE HUMANO



Antes de que Marlon se transformase en un reo de su gigantesco talento obsesivo-compulsivo, y se pasara las horas engulliendo hamburguesas para calmar sus estados de ansiedad y sus continuas depresiones, hablando por teléfono, chateando en Internet, y visitando secretamente páginas dedicadas a él para corregir datos, recluido en su casa de Mulholland Drive, digo, antes de todo eso, fue Brando.
Brando fue el hombre que revolucionó el arte de actuar, que cambió las técnicas tradicionales de declamación y que con unos pocos trabajos se convirtió en un icono del siglo XX. Infantil, autodestructivo, sexual, egocéntrico, depresivo, genial, fue irresistible para cualquier hombre, mujer o animal. Un ser humano que, como confesó en una escena de El último Tango en París -su película más autobiográfica, hasta el punto de declarar que nunca más volvería a exponerse así en un filme-, consistía en una mezcla de alcohol, testosterona, adrelina e ira.
Expulsado de varias escuelas, en 1943 viajó a Nueva York para vivir con sus hermanas, que entonces estudiaban en Manhattan. Se matriculó en una escuela de teatro, y en el mismo momento que él entraba en clase, lo hizo la profesora Stella Adler. Al verle llegar vestido con un pantalón de peto y unas viejas zapatillas, la profesora hizo un comentario rijoso: ¿Quién es este vagabundo? Mirándola fijamente, el joven, de 19 años, simplemente contestó: Marlon Brando. A las pocas semanas, Brando ya era su alumno favorito. En una clase Adler propuso a los alumnos que se comportaran como gallinas amenazadas por una bomba. Mientras todos cacareaban frenéticos por el aula, Brando se fue a un rincón y puso un huevo. Stella me lo enseñó todo, afirmaría más tarde el actor. No le enseñé nada. Sólo le abrí las puertas del sentimiento y la experiencia. Después ya no me necesitó, respondió ella años después.
En 1947, Brando comenzó los ensayos de la obra que le abriría las puertas de la eternidad. Querido papá, escribía ese mismo año, el 4 de octubre empiezo los ensayos de Un tranvía llamado deseo. Voy a cobrar 550 dólares a la semana y seré el segundo en cartel. El director es Elia Kazan. La protagonista es Jessica Tandy. Karl Maden hace un papel secundario. Es una obra fuerte, violenta y sincera, de impacto más emocional que intelectual. A Brando no le gustaba Stanley Kowalski, el personaje que -primero en el teatro y luego en el cine- le convirtió en un dios. Yo era la antítesis de Stanley Kowalski. Yo era de naturaleza sensible, y él, vulgar.

En sus memorias, Tenessee Williams recuerda su primer encuentro con Brando: Me pidió que paseáramos por la playa. No intercambiamos ni una palabra. Nunca había visto a un hombre más hermoso.

Desde muy pronto Brando despreció la fama, temía a los fans y rechazaba el trato de favor que recibía. El éxito le perturbaba. Empezó a padecer insomnio y jaquecas. En la célebre entrevista que Truman Capote le hizo en 1957 y que se tituló El duque en sus dominios, Brando -que durante cinco horas bebió mucho vodka- afirma que la gente sensible no logra evolucionar aterrada por las heridas. Nunca se permite sentir porque siempre siente demasiado. Brando le confesó que se sentía incapaz de amar a nadie, de confiar en nadie.
A propósito, yo adoro a Brando.

3 comentarios:

Henrik dijo...

Mais que justíssima esta homenagem.
Um dos melhores actores de sempre. Admirável!

IGNACIO DEL VALLE dijo...

El más grande, amigo mío.

lili dijo...

Ele é o Actor.