| lunes, 12 de noviembre de 2007 | 0:50




MAILER VS. ALI

Si he de ser sincero, el único libro que he leído de Norman Mailer fue Los tipos duros no bailan, y me entusiasmó. No obstante, lo extraño es que a pesar de lo mucho que me gustó aquella novela negra sui generis, no continué explorando su obra. Por ello no puedo hablar ahora con conocimiento de causa y tendré que limitarme a repetir los tópicos póstumos que aparecen en los periódicos: que fue un provocador y un experimentador literario y vital; que fue prolífico y a veces genial, un agitador en todo caso; que fue un visionario que se dedicó como el capitán Ahab a perseguir toda su vida la novela definitiva como si fuera su particular ballena blanca; que le fascinaban los actores de Hollywood y que Brando iba a sus fiestas, y que en una de ellas intentó apuñalar a su segunda esposa -se casó en seis ocasiones- durante una de sus monumentales borracheras; que sus demonios le susurraban que era el escritor más grande de América y que se odiaba a sí mismo porque sus ángeles le decían que no era cierto; que le dieron dos veces el Pulitzer y que andaba siempre a la greña con Truman Capote y Gore Vidal, etc…

De todos ellos, de todos los tópicos, me quedo con el del boxeo. A Norman Mailer le encantaba el boxeo. Y da la casualidad de que yo he visto el documental Cuando éramos reyes, sobre el épico combate en Zaire entre Mohamed Alí y Foreman. Un enfrentamiento legendario cuyos comentarios corrieron a su cargo. Y recuerdo que, al final de la cinta, Mohamed Alí, después de toda la semana anterior asegurando con prepotencia que en el ring iba a bailar, que se iba a mover como una pluma y que iba a aplastar a Foreman como a una uva, a mitad del combate, cambia de estrategia y hace dos cosas aparentemente suicidas: ataca con la guardia abierta y, seguidamente, se deja arrinconar contra las cuerdas. Y así durante ocho asaltos. Ni Mailer, que le adoraba, encontraba explicación. Nadie daba un duro por él; nadie, ni siquiera el escritor. Y entonces hay un momento en que Norman describe el miedo en los ojos de Mohamed Alí, y dice que es la primera vez que lo ve aterrorizado en toda su vida. ¿Por qué?, se pregunta desesperado, ¿por qué sigue haciendo eso? Al final de la famosísima lucha, cuando Mohamed Alí termina por tumbar a Foreman y todos nos enteramos de que aquella era la única posibilidad que tenía de ganar a aquel armario ropero, más joven, más grande, más fuerte, con más fondo y con mucha más mala leche; cuando nos iluminan explicándonos que entre profesionales abrir la guardia se interpreta como un insulto que sólo se hace con un rival inferior, lo que cabreó infinitamente a Foreman, incitándole a darle golpes sin descanso hasta quedar exhausto; cuando, tras sobrevivir a tamaño bombardeo en una espera paciente y letal, Alí lanza los inesperados tres directos que prácticamente noquean a Foreman, tres directos que sólo fueron el marco para la exquisita obra de arte que fue el cuarto, un último martillazo premeditadamente estético porque Alí sabía que con él entraba en la leyenda, de todo, de todo ese genio táctico, ese portento deportivo, yo me quedo con el miedo.

Porque alguien que es capaz de mirar, que tiene la lúcida percepción, la clarividencia para ver y describir el miedo a la muerte en los ojos de un hombre y describir cómo ese hombre se enfrenta a su miedo, aun sin entender el porqué, un miedo que a la postre es la esencia del arte, lo que marca la diferencia entre la pacífica Zurich y la sangrienta Florencia, es, sin duda, uno de los grandes.


1 comentarios:

Portarosa dijo...

Me ha encantado.

Sé que no es necesario que yo te aconseje nada, primero porque tendrás consejeros más sabios y fiables, y segundo porque tú solito ya sabrás qué hacer, pero... te aconsejo que leas más de Mailer. Es uno de los grandes, sin duda.

Un saludo.