| jueves, 29 de noviembre de 2007 | 3:35



ENOCH SOAMES Y LOS LEVITANTES
Cada vez que me encuentro a uno de esos escritores que yo llamo levitantes, o sea, que caminan dos centímetros por encima del suelo y te dan la tabarra con que ellos escriben para la eternidad y te pontifican sobre el carácter sagrado de la literatura y te aseguran que vender no es importante y que hacerlo significa que la obra es un oprobio para la Humanidad con hache mayúscula, o sea, los mismos que después van a las librerías a ver si tienen sus libros o a comprobar si están bien colocados o a reorganizar los estantes para que sean más visibles o a comprar un par de ejemplares para animar a la gente o traen de cabeza a los de comunicación de su editorial porque no hacen más promoción o envían a sus amigos a espiar para ver si su novelita está en la zona caliente de la tienda o llaman dos o tres veces al día al librero para ver cuántos ha vendido o se deprimen cuando no firman en las ferias o no los reconocen por la calle o blasfeman cuando no ven su reseña en Babelia o amenazan con el suicidio a sus amigos periodistas si no hablan de sus obras, etc, etc, etc… pues me acuerdo de la historia de Enoch Soames.
Enoch Soames es el protagonista de un relato de Max Beerbohm, un poeta mediocre que vendió su alma al diablo por descubrir la repercusión que su obra habría de tener entre los lectores del futuro. Beerbohm explica como traba amistad con su personaje algunos años antes de que escribiera la historia de aquellos encuentros, y relata la caída a los infiernos de ese bardo dispuesto al suicidio por no soportar el descubrimiento de su pésima calidad literaria. En cierta ocasión, sumido en la desesperación, el poeta confiesa a su amigo que lo daría todo por saber si su nombre perdurará en el tiempo, momento en el que el Diablo se persona ante el escribidor ofreciéndole viajar cien años adelante, concretamente a 1997, para comprobar si sus libros se encuentran en la Biblioteca del Museo Británico de Londres. A cambio, sólo le pedía su alma. Soames acepta porque ansía saber el futuro de su obra y, tras viajar al siglo XX, regresa a su presente para contar a Beerbohm que no sólo no ha encontrado sus poemarios en la biblioteca, sino que ha descubierto un clásico de literatura escrito por el mismísimo Beerbohm titulado Enoch Soames en el que relata, en tono cómico, la historia de aquel poeta que vendió su alma al Diablo para descubrir que nadie lo recordaría por su trabajo, sino por su estupidez. Después el Diablo se lleva su alma y aquí paz y después infierno.
En fin, que cada uno saque sus propias conclusiones. Yo, por si acaso, sigo anclado al suelo con cemento.

2 comentarios:

x dijo...

Esos escritores, Nacho, también escriben oprobio con H mayúscula. Salud

IGNACIO DEL VALLE dijo...

Me temo que sí... Lo peor del mundo no es la hipocresía, sino el aburrimiento...