| jueves, 30 de agosto de 2007 | 19:06




REYES MUERTOS Y REYES PUESTOS


Todo lo exagerado resulta insignificante, decía Talleyrand. Gallardón muestra de nuevo sus aspiraciones al solio y el PP empieza a sufrir el blistering, esas ampollas que sufren los neumáticos de la Formula 1 por las altas temperaturas de la pista y que suelen acabar en reventón. Fraga, en un alarde tan visionario como interesado, opina que un partido no se puede hacer con un solo hombre y postula las sucesiones. De inmediato, hay ruido de espadones -Acebes, Zaplana, Aguirre-, y se convoca una convención para apuntalar el tambaleante liderazgo del señor Rajoy. Y Talleyrand, siempre contemporáneo, vuelve a acertar si tenemos en cuenta que algunos actos de poder se hacen no desde la fuerza, sino desde la debilidad, como es el caso. Esa ausencia de potencia se compensa entonces con la pirotecnia, es decir, con la exageración. Cuánto… cuánto sabes, Talleyrand. Hace tiempo que al señor Gallardón le queda pequeña la alcaldía de Madrid, con todo lo grande que es, y su vanidad, que no es debilidad humana, sino característica zoológica, le puede y se le nota. Hacer de cireneo no va con él, ni con sus cuatro victorias absolutas, ni con la obra versallesca que ha realizado en la capital de reino, ni con los 30 años que lleva currando para el partido, ni con sus contactos con los grandes empresarios que le sostienen la vela, ni con su capacidad intelectual. Y más si la aventura política de Rajoy se asemeja ya a esos minutos muertos de las películas porno, en que los actores están empeñados en mostrar sus aptitudes dramáticas, y que todos pasamos con rapidez mando a distancia mediante -por cierto, si alguien ve las pelis porno completas, que me escriba-. Gallardón siempre ha apuntado a Madrid hacia lo que debe ser: una nueva Londres, moderna y multicultural. Y ni con castraciones químicas podrían hacer que dejase de tener ese tipo de contumaz cosmovisión para España, aunque algunas personas lo nieguen, claro que cómo le vas a explicar a la rana de una fuente que existe un océano. Le reprochan que es ambicioso, calculador, maquiavélico… ah, ¿pero eso se puede reprochar?, me pregunto. A mí me gustaría que me lo echasen en cara, la ambición y el cálculo, y de paso también el maquiavelismo, porque quien te reproche eso creyendo que te insulta es que no ha leído El Príncipe. Si se quiere una derecha democrática española, Gallardón tiene la mano necesaria para estar en la pool-position, y hasta que no se demuestre lo contrario, tiene sus sueños muy claros y está dispuesto a asumir las responsabilidades que ellos conllevan. Por el bien del juego político, se sea de derechas o de izquierdas, sería conveniente corregir la deriva obsoletaradicalapostólicafacha de ciertos espadones del PP que no hacen más que confundir relativismo con moderación, ergo debilidad, y apostar por él. Aparte, qué quieren que les diga, si anhela ser presidente, en Sarkozy tienen un sosias que es de derechas pero no conservador, que les está funcionando bastante bien a los franchutes. Sin desdoro del señor Zapatero, por supuesto.



CODA: EN LA PRÓXIMA ENTRADA LES DARÉ LA RECETA DEL ÉXITO Y LA FELICIDAD. ES INFALIBLE. PROMETIDO.





| miércoles, 29 de agosto de 2007 | 15:48


UMBRAL


Finalmente, la muerte ha bajado el pulgar para Francisco Umbral. Este escritor parnasiano, dandi, tímido, arrogante, cruel, sensible, colérico, canalla, exquisito, forma parte de una manera indeleble de mi educación sentimental. Cuando allá en Oviedo entraba a saco en la biblioteca pública del Fontán y hacía esa lectura aleatoria propia de todo autodidacta, me encontré un día deambulando por un Madrid de posguerra lleno de tertulias, poetas paniaguados, generalísimos a los que aún quedaba mucho para palmarla y un ego descomunal abrigado con bufanda y una frenética actividad verbal. Era Umbral. Y Umbral escribía para encontrarse, para definirse, para darse un sentido; Umbral miraba el mundo a través del espejo deformante de sí mismo y lo escribía, se escribía, y yo, durante un tiempo, estuve enganchado a esa visión del mundo, cegado por esa prosa sonajero que más tarde pasó de vergel a desierto. Todavía recuerdo el deslumbramiento al terminar Trilogía de Madrid, su obra a mi parecer más memorable, donde la sátira, la mordacidad, las filias y las fobias dibujaban un mapa total de un Madrid demediado que siempre quiso ser París. El problema es que el tipo de prosa que practicaba Umbral era concéntrica, onettiana, y si uno no es Onetti termina agotándose al igual que se agotó la música barroca: por repetición. Tenía la sensación, sobre todo en los últimos años, cuando ya sólo le frecuentaba en alguna columna volandera, que Francisco Umbral escribía por inercia y que el caudal de sus letras se había convertido hacía mucho en un regatillo, como si hubiera renunciado ya a entender este nuevo mundo, quizás una edad oscura para él donde los antiguos himnos revolucionarios eran ahora la banda sonora de insípidos anuncios. Está claro que toda generación quiere ser la última, odia lo que no puede entender, pero creo que Umbral ni siquiera odiaba, porque ya había aceptado la caída del telón con cierta melancolía herida. Entretanto, supongo que seguía deambulando por sus galerías mentales repletas de tabernas, marquesas, esplines, salones, Pemanes, Ruanos y Celas. Ciertamente, el escritor que nos ha dejado no destacaba ni como novelista, ni como ensayista, ni como dramaturgo, ni como poeta -acaso sea recordado como articulista-, pero estoy seguro de que había toda una legión de admiradores -tantos como sus detractores- que aún esperaban de él una última obra maestra, al igual que los seguidores de Curro Romero aguardaban algún gesto genial y casi póstumo del maestro. Yo ya no formaba parte de ellos, pero reconozco que había belleza en ese desierto, en esa espera.

| lunes, 27 de agosto de 2007 | 21:55



LA NAVAJA DE OCKHAM


A mí lo de la comida se me antoja como el cubo de Rubik. Me refiero a que habiendo 43 quintillones (sí, un 43 seguido de 18 ceros) de configuraciones posibles antes de lograr que cada cara vuelva a ser de un color uniforme, al final se ha conseguido probar que el chisme se puede resolver con un número de movimientos no menor de veinte y no mayor de veintiséis. Esta versión postmoderna de la navaja de Ockham -la explicación más sencilla es la más probable-, puede aplicarse a la cocina. Nuestro admirado Ferrán Adriá, capaz de deconstruir cualquier chuleta de cordero hasta las moléculas, de ahí a los átomos y de estos a partículas, quarks, y más tarde a un principio simple y evidente que te sirven en un plato de estética japonesa con un poquito de perejil, me tiene perplejo. Es decir, que en el instante que llega este tipo de condumio recuerdo siempre a Keynes -extrañas asociaciones- cuando asertaba que el sistema bancario mundial funciona con unos kilos de dinero y toneladas de confianza, la misma que hay que depositar en esos platos para autoconvencernos de que estamos comiendo. Debe ser porque, como asturiano de pro, me han criado a base de chuletas al roquefort y casadiellas, pero no alcanzo a establecer una relación mínimamente fiable entre esas kilométricas descripciones que traen algunas cartas de los restaurantes con lo que tienes en el plato. Vamos, ni tirando de los famosos seis grados de separación. Vaya por delante que a mí el esmero de estos cocineros-estrella, Adriá, Arzak, Salaberría, Berasategui o Subijana, su profesionalidad, sus ganas de innovar con las texturas y las temperaturas de los alimentos, su investigación y reflexión culinaria, que han puesto a la cocina española a la vanguardia mundial de la gastronomía, me parece de perlas. Y sobre todo teniendo en cuenta que hace poco este país todavía tenía cartilla de racionamiento y lo más sofisticado era el cóctel de gambas en salsa rosa en las bodas de postín. Pero de ahí a convertir El Bulli, el célebre restaurante de Cala Montjoi, en una especie de Vaticano donde oficia Adriá con un menú de 37 platos como si fueran estaciones del rosario, y convertirlo luego en un pabellón de la Documenta de Kassel transfigurando el simple acto de ir a cenar en una experiencia religiosa, ya me parece que es sacar los pies del tiesto. Gin fizz frozen, frío abajo y con una espuma caliente por encima; aceitunas verdes esféricas, que son aceitunas pero no son; merengue de remolacha con yogur, tratado por deshidratación; cerezas al sauco; espárragos en escabeche; flores de horchata; bombones de mandarina, cacahuete y curry; gelificaciones, emulsificaciones, espesantes… En fin, yo, que no acabo de levantar el dedo meñique cuando cojo una copa de vino ni consigo distinguir los caldos por su estructura, amplitud de boca, riqueza de sensaciones y persistencia a la par que armonía en la boca, llevaba dándole más vueltas al asunto que la cabeza de la cría del exorcista, planteándome incluso ir a ver un par de veces la peli de Ratatouille, cuando leí las declaraciones de Lucio acerca de utilizar las trincheras de los callos y los huevos fritos contra la cocina de fusión, el nitrógeno líquido y el tuétano con caviar, y me sentí menos solo. Aunque tampoco es eso, que todo puede convivir en armonía y a la abuela también puede gustarle un plato de sushi pot-au-feu. Bien pensado, igual estoy un poco resentido porque todavía no he conseguido mesa en El Bulli. Siendo sinceros, no me disgustaría tener un hueco este fin de semana. Bueno, Adriá, tío, enróllate y haz la vista gorda: te prometo que esta entrada se autodestruirá en cinco segundos.

| viernes, 24 de agosto de 2007 | 3:24


CONTRA LOS CULTURETAS

Hay ciertos especimenes contra los que, con los años, he desarrollado unos agresivos anticuerpos: los culturetas. También son llamados escritores serios, y normalmente son tipos que se jactan de leer sólo a autores muertos y están constantemente haciéndole el testamento a la civilización occidental -la oriental sólo les suena de ir a comer a algún chino-. Como no tienen nada que decir, peraltan su discurso y hablan de literatura exigente, de prosa difícil, que haga sufrir al lector, y que por supuesto es la suya, y declaran la guerra a la literatura plana y facilona, que obviamente es la de los demás. Suelen dar la vara con el Compromiso del Escritor, así, con mayúscula, y yo me digo que si el escritor está comprometido, pues que se case, ¿no? También son proclives a sacar el látigo cuanto oyen cosas como escapismo, placer lector, diversión, contar una historia… y son defensores de una especie de supersimetría literaria, y como el famoso grial del principio simplificador que explique todas las fuerzas y partículas de la naturaleza mediante un único conjunto de ecuaciones -la Teoría del Todo-, ellos se dedican a hacer su canon intocable que engloba las todas obras que son dignas de leer, desterrando a las tinieblas exteriores todo lo que caiga fuera de él. Este canon suele ir acompañado, capa tras capa, de un incesante polvillo de discursos críticos que, afortunadamente, si el libro es potable, no hace más que sacudirse de encima. Yo me pregunto si a lo mejor es que tantos años de educación religiosa han hecho que el placer que da estar entretenido sea igual a pecado. Quizás el concepto de diversión equivalga en su cabeza a prostitución. Lo único cierto es que prohíben, anatemizan, pontifican, pero, sobre todo, tienen todo el santo día un rictus congelado mezcla de superioridad sobre todo organismo basado en el carbono y mala leche. Más: son fervientes defensores del estilo, sí, esa cosa que has de cultivar cuando ya no tienes nada que decir; suelen aducir que el lector ha de ponerse a su altura intelectual, no descender ellos a su estatura unineuronal; promulgan barbaridades del tipo que el relato corto es más difícil de escribir que una novela de quinientas páginas, y que un poema de cinco líneas es aún mas complicado que un relato corto; afirman que cualquier éxito de ventas anula automáticamente la patente de calidad, etc… Agotadores. Son agotadores, pero no por ser anticuados, limitados, moralistas y aburridos, sino por cutres. Por empeñarse en construir modelos ideales a través de cuyas abstracciones pretenden reconducir la voluble riqueza de la literatura, que es como si un entrenador se empeñase en poner de defensa a Messi, o sea, algo muy cutre. Memorias de Adriano, Cien años de soledad, El conde de Montecristo, Yo, Claudio, El nombre de la rosa… según ellos, todos estos títulos serían una mierda. Menos mal que la literatura continúa deslumbrándonos a pesar de estos predicadores de ceniza y quienes seguimos decidiendo somos nosotros, los lectores. La literatura, la verdadera literatura, no tiene nada que ver con las construcciones eruditas del intelecto, con lo prosaico, seco o abstracto, sino con la pasión, con la seducción, que es la única manera de comunicar. La literatura apunta a nuestros sentidos y nos embauca con la sabia alternancia de reflexión y acción; nos produce un soberano placer; nos enseña a mirar el mundo de una manera diferente; nos emociona y, como decía Josep Pla, nos hace pasar el rato, que sigue siendo lo único importante. Como les decía, si alguna vez encuentran cualquiera de los síntomas antes citados en alguna persona, se hallan ante un cultureta. Por favor, por favor, por favor: no le den mi número.

| martes, 21 de agosto de 2007 | 20:59



MÁTAME, ABRÁZAME


A raíz de las continuas noticias sobre violencia doméstica, no recuerdo qué actriz o cantante afirmaba que después de que tu marido te pegara el primer puñetazo, la frase por favor, cariño, tráeme un café adquiría un significado totalmente distinto. De inmediato me sentí hermanado con ella, y no porque mis parejas me hubiesen tratado sumarísimamente, sino por ese componente sádico que alberga toda relación emocional. Al margen de razones sociales o económicas -hijos, tabúes religiosos, dependencias…- que históricamente han sido la causa de que las mujeres -mayoritariamente- permanecieran agarradas a un clavo ardiendo, y que siguen siendo esenciales para entender este comportamiento, hoy en día, con las facilidades legales y materiales que se dan a la víctima, no bastan para completar la ecuación que da como resultado esa transformación gradual de una mujer o un hombre de sujeto a objeto en una relación. Me refiero al Efecto Sísifo que todos hemos sufrido en algún período de nuestra vida, por el cual cuanto más desprecio recibimos, más amor damos. Un proceso -sólo explicable si tenemos en cuenta la raíz que el amor siempre ha hundido en lo absurdo- que deviene en una marionetización de la víctima por el victimario, únicamente soportable mediante una compleja labor de autoengaño o una politoxicomanía creciente. ¿Quién no ha tirado alguna vez del carro y se ha sometido a la lógica del campo de concentración?; es decir, da igual lo que hagas, digas o pienses, no hay reglas: siempre te pueden matar.

Es palmario que la reciprocidad con otra persona implica una relativa humillación en uno u otro sentido, entendiendo por humillación ceder posiciones, hacer más elásticos los hábitos: cuando dependes de otra persona te pareces menos a ti mismo. Pero en el caso que nos ocupa, llamamos amor al enemigo y vamos haciendo capitular ideario tras ideario en una marcha forzada a través de las más oscuras regiones del corazón, hasta darnos igual ocho que ochenta. Quizás porque la esperanza, como una vez me dijo una amiga, es tan peligrosa como el romanticismo. A lo mejor porque, a menudo, actitudes incomprensibles tienen origen en un deslumbramiento de juventud, y esos recuerdos todavía alimentan una reserva afectiva que hace posible que, aun teniendo delante a un sujeto despreciable, se siga siendo fiel a unos valores en los que ya no se cree. Acaso porque ese doblepensar sirva para ocultarnos a nosotros mismos algo muy doloroso o muy grave, que quizás tenga que ver con la soledad, o con algo más fuerte e insoportable. Quién sabe, puede que nuestros ojos de animal doméstico, en un momento de lucidez ante la inminencia de un abrupto final, a punto de recibir la última hostia o de marcar el número de la policía, mientras paseamos la mirada por las ruinas de algo que comenzó como una ofrenda, demos con una última columna, en pie, solitaria, muda, que nos explique el porqué de toda esa mixtura de amor y demencia. Aunque por mucho monólogo curativo que nos inventemos, por más que se lea o se viva, creo que continuaremos sin hallar explicaciones para ese lado oscuro del corazón. O sea, que habrá que poner lo que puso Goya al pie del grabado de un barbado anciano que tantea el suelo con un bastón -trasunto de él mismo-: aún aprendo.

| domingo, 19 de agosto de 2007 | 19:45


PARA ESTA NOCHE


Poder decirle que no pido nada más que no estar solo esta noche, la piel caliente y una sola palabra perdida que yo pueda recoger, un insulto, una palabra dicha para mí, un movimiento, algunos pocos pasos frente a mis ojos, algún círculo de su mirada que pueda incidir momentáneamente en mi cara, en mí que no quiero estar solo esta noche, que necesito en algún minuto de esta noche no estar solo, necesito comprender que ella sabe que estoy aquí, que puedo golpearla, y no la golpeo, que la estoy mirando y que no es amor, que no hay ya nada mío que quiera juntarse con ella, ni amor ni cariño ni el rencor, que nada tiene que ver ella conmigo, inclinado en la butaca para mirarla rezar, que ella está separda en este mundo donde es difícil respirar y la luz la observa impasible y el cachorro lanudo con una mancha en la cabeza trepa con los ojos cerrados gimiendo encima del montón de lomos y hocicos, de barrigas desnudas y rojas, ella, para siempre hundida aquí. Y yo no voy a estirar el brazo para sacarla, no voy a cubrir los tonos agudos de la canasta ni las eses de su boca, para decir que quiero no estar solo, simplemente, esta noche, que espero una seña, un movimiento, un pequeño grito, un sosiego y un silencio de sus labios para irme, sabiendo que hubo este veloz momento en la noche dentro del cual yo no estuve solo, dentro del cual estábamos, nada más, sabiendo cada uno que el otro también estaba, una apagada señal significa que pueda taponar en ella y en mí, que cierre por un momento la abertura de miedo por donde me voy escurriendo, el agujero en ella por donde se disgrega en el rezo, una simple cosa de piel o los ojos o la boca de ella para mí, de mí para ella, y recordar -aunque otra vez vuelva el miedo- el minuto, el segundo en que no estuve solo esta noche.


JUAN CARLOS ONETTI. Para esta noche.

| sábado, 18 de agosto de 2007 | 14:17


BOCATTO DI CARDINALE I



-BESOS EN MANHATTAN. David Schickler. Anagrama.


-LUDWIG (1972).
Dirección: Luchino Visconti.
Intérpretes: Helmut Berger, Romy Schneider, Trevor Howard, Silvana Mangano.

-CONCIERTOS DE BRANDENBURGO. Johann Sebastian Bach (Orquesta de Cámara Eslovaca)

| jueves, 16 de agosto de 2007 | 23:01


COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, me dice el replicante demasiado humano de Blade Runner, Roy Batty, interpretado magistralmente por Rutger Hauer. Mi sosias de pelo platino me cuenta que ha visto atacar naves en llamas más allá de Orión, rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser, pero yo, sin inmutarme, me siento a su lado y le paso mi brazo por los hombros: ¿sabes lo que he visto yo, Rutger?, le digo, yo en una sola semana he visto un campeón del Tour, que no ha protagonizado ningún caso de dopaje y que no tiene que exculparse de nada, y aun así es perseguido y carece de equipo para continuar su carrera; un escritor polaco que está siendo juzgado como autor de un crimen real que describe en una novela llamada Amok; a un vicealcalde italiano pedir una limpieza étnica de maricones en su localidad; a un abogado montando un espectáculo abracadabrante proclamando la inocencia de un tal El Solitario, a base de decir que luchaba por la liberación del pueblo español y que robaba a los bancos para dárselo a los pobres, a lo Curro Jiménez, y que incluso se estaba dejando crecer las patillas. Espera, no sueltes la paloma que aún he visto más cosas: una orden secreta de la Stasi autorizando a las brigadas que custodiaban el muro de Berlín a disparar a todo bicho viviente que intentase cruzarlo, incluidos mujeres y niños; que Castro ha esquivado 167 atentados y que un hijo de Pinochet ha sacado a la venta los trajes de su padre; que los clubes españoles de fútbol llevan gastados en fichajes 413 millones de euros, y que el Madrid ha hecho uno de 30 millones por un señor que se llama Pepe; que el golfista estadounidense John Daily, para no ser menos, confiesa en sus memorias que ha perdido unos 50 millones de dólares en los casinos. Tranquilo, Rutger, no me mires así que yo también estoy asustado y todavía queda: unos rusos plantando una bandera a cuatro kilómetros de profundidad bajo el Polo Norte, a fin de reclamar la soberanía de las riquezas naturales que allí había, y que resultó ser un tongo a base de escenas amañadas de la película Titánic; que en nada nos ponen un hotel orbital y podremos tomarnos los croissants mientras vemos ponerse el sol quince veces al día; que tendrías que ver lo buena que está Joanna Kruppa, la supermodelo que protagoniza la última campaña contra el uso de pieles, aunque luego seguro que le podrá el mono y se comprará algún abriguito; que ardió Roma otra vez en Cinecittá; que el fundador de Ikea nunca viaja en primera y que repone las botellas de agua del minibar con otras que compra más baratas; que hace un siglo en la India había más de 40.000 tigres y que hoy en día no habrá más de 1.500; que, al parecer, Second Life se está quedando vacío, la gente entra, pasea, se aburre y se larga; que Mattel va a retirar 18 millones de juguetes fabricados en China por riesgo para la salud de los tiernos infantes; que en el Ártico el hielo retrocede 20 kilómetros al día... Que sí, que sí, Rutger, que ya sé que te acabo de joder la escena, pero no pasa nada, hombre, suelta ahora la paloma y no te agobies, porque ya sabes que todos estos momentos, los tuyos y los míos, se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

| martes, 14 de agosto de 2007 | 22:41

FINLANDIA, UN SUCEDÁNEO DE FELICIDAD
Con Finlandia me sucede lo mismo que con Canadá; de una forma irracional, el país me produce un sucedáneo de felicidad, quizá porque me sugiere renovación, ya sea por sus extensiones enormes y vírgenes, incontaminadas; por la idea de viajar hacia el norte, su luz y su frío, o por las mujeres como salidas de un anuncio de champú Timotei que se convocan en mi cabeza. Seguramente todo esto es más un deseo que una realidad, pero cuando aterricé en el aeropuerto de Helsinki-Vantaa lo hice con alegría, sintiendo que por fin cumplía una cita largamente postergada.
HELSINKI
Las primeras impresiones cuando llegas a la capital, Helsinki, es de una ciudad cosmopolita y ecléctica, una mezcla de sosiego sueco, eficacia germana y utopismo ruso, con ese encanto de urbe recoleta, que alberga medio millón de almas y ocupa la quinta posición en la escala mundial de ciudades con mejor calidad de vida. Un buen comienzo es uno de folleto turístico: el kauppatori o mercado de pescado, tanto por la animación de los nativos y turistas deambulando entre las mercaderías como por la comodidad que representa la cercanía de lugares emblemáticos. Enfrente tenemos el palacio presidencial, y a la derecha, andando un poco, hallaremos la catedral de Uspenski, el mayor templo ortodoxo de Europa, con su geometría poligonal y bulbosa. Después ya podemos empezar a movernos por una ciudad a la que no tienes que adaptarte, sino que es ella la que se adapta a ti mediante la densa red pública de tranvías verdes, autobuses, metro y ferrocarriles de billete unificado (y también taxis, por supuesto, recordando que uno de los cinco de Noche en la tierra, de Jim Jarmusch, circulaba por Helsinki). El centro histórico lo tenemos a un paso, en el que encontramos la plaza del Senado, una especie de kilómetro cero del país. En un mínimo radio disfrutamos de la Universidad Nacional y del edificio del Consejo de Estado, pero, sobre todo, de la joya blanca de la catedral luterana (Tuomiokirkko), con una majestuosa escalera como una catarata de piedra.
A estas alturas del paseo, tomarse un cafecito por aquí sería lo más normal del mundo. Las terrazas del parque Esplanadi son una estupenda opción; hay que desviarse un poco al sur, pero en él siempre hay algún espectáculo o algún concierto, y aquí todo queda cerca. En las mesas de una pequeña joya, el café Kappeli, me tomo una taza humeante, y, al igual que en Amsterdam o Copenhague, veo pasar mucha bicicleta, grupos en movimiento que me llevan a reflexionar acerca de que quizá el mejor termómetro de habitabilidad de una ciudad no sea la renta per cápita, sino la bicicleta per cápita. Tras un sabroso y negrísimo café, mi siguiente dirección es la columna que vertebra la ciudad: la avenida Mannerheimintie. A lo largo de dicha avenida podemos encontrar la estación de ferrocarril (1914), una joya arquitectónica de Eliel Saarinen en cuya fachada se levantan cuatro monumentales estatuas como salidas de El señor de los anillos; el Ateneneum o Galería Nacional, con una apreciable colección de pintura que incluye a Van Gogh y Cézanne; el Kiasma o Museo de Arte Contemporáneo (1998), de Steven Holl, con una geometría alucinógena, y el macizo Teatro Nacional. En el mismo eje de la avenida también se distribuyen la Ópera Nacional, el Parlamento, el Museo Nacional y la Casa de Finlandia, un palacio de congresos proyectado por Alvar Aalto, con el estilo funcional y racionalista que ha hecho mundialmente famoso el diseño finés, un diseño que, como sus creadores, ha hecho de la necesidad virtud, y que se limita a la sencillez y lo lúcido, a la exploración exhaustiva de la línea recta. Por supuesto, la visita a cualquiera de sus más de un millón seiscientas mil saunas (¡para una población de cinco millones!) es obligada, porque además de purificarte y tonificarte, te ayuda a entender un poco más a este pueblo, que considera el invitarte a su sauna una de sus más altas muestras de hospitalidad. Son especialmente famosas las de Kotihariu y las de Arla, tanto como sus enjabonadoras y masajistas, que, al parecer, obran milagros.
No obstante, el verdadero milagro es que la ciudad, que durante la semana podría parecer un fotograma minimalista y expresivo de Aki Kaurismäki, el viernes noche parece recibir una inyección de adrenalina que invita a prolongar sus noches blancas con el imprescindible conocimiento de que en finlandés cerveza se dice olut, vodka se dice vodka, el baño se dice yleinen käymäläy, y de que existe un bar de hielo como el Uniq o una discoteca como Onnela, con espectaculares valquirias y valquirios. Y que Dios nos coja confesados.

TAMPERE
Nuestra segunda parada es la ciudad de Tampere, 170 kilómetros al norte de Helsinki, unida a Helsinki y Turku por un tren rápido. Casas y granjas de madera salpican aquí y allá un paisaje rebosante de bosques, abedul péndulo, abeto y pino, que, si continuáramos hacia en norte, nos llevaría a una realidad, Laponia, de espacios helados y sobrecogedores, infinitos e íntimos. Pero nosotros íbamos hacia Tampere. La tercera ciudad de Finlandia se halla justo en el extremo oeste de la región de los lagos. Fundada entre dos lagos y dividida por el rápido que fluye del primero al segundo, el Tammerkoski, Gustavo III de Suecia la creó en 1779 para aprovechar el potencial energético lacustre de la zona, que en un principio resultó idóneo para potenciar la industria textil y más tarde se mejoró mediante plantas hidroeléctricas. La ciudad respira ese carácter del diseño y la arquitectura finlandeses, dominados por un concepto único y poderoso, una expresión de puro orden y limpieza.
Su calle principal, Hämeenkatu, es muy activa y dinámica, reflejo del ambiente Erasmus de una ciudad con dos universidades, la de Tampere y la Politécnica. En esta calle encontramos edificios tan interesantes como la iglesia Aleksanteri, el Ayuntamiento, el Museo de Arte Hiekka, el Museo de Minerales (entre otras rarezas, tienen huevos de dinosaurio) o el Museo de Lenin, que vivió en la ciudad entre 1905 y 1907 y donde conoció a Stalin. También merece la pena cruzar los rápidos, y en la otra mitad de la ciudad, visitar la catedral, un hito por derecho propio en la historia del arte romántico finlandés. Asimismo, cabe destacar su rica tradición literaria (bastaría para hacerse una idea echarle un vistazo a la Metso, su espectacular biblioteca pública), con algunos escritores que, aunque a nosotros nos suenen a chino -Väino Linna, Kalle Päätalo, Hannu Salama...-, son representativos de un país con un nivel cultural estratosférico que tiene su Quijote particular en el Kalevala, de Elias Lönnrot, y cuyos autores más conocidos en España posiblemente sean Mika Waltari, con su Sinuhé el egipcio, y Arto Paasalinna, autor de El molinero aullador.

TURKU
Turku nos espera, así que näkemiin, Tampere; hei, Turku. Nos alejamos de la región de los grandes lagos, de los que apenas hemos entrevisto su vértice, el mosaico de agua por todas partes y en todas sus formas que va a desaguar en el Báltico y que permite al finés construir sus cabañas en las orillas, para hacer un descanso activo de senderismo y pesca, tan arraigados en su alma nórdica. Hacia el suroeste se emplaza Turku, la que fue primera capital del país y ciudad señera durante cinco siglos largos, justo hasta que en 1812, tras la desastrosa participación de los suecos en las guerras napoleónicas, el zar de Rusia, nuevo dueño de la zona, decidió trasladar la capital a Helsinki.
Turku vive anclado en un eterno sunnuntai: tres universidades, medio centenar de museos y una regularidad excepcional a la hora de programar eventos culturales, entre los que destacan el Festival de Música de Turku y el Festival de Rock de Ruissalorock. Hay otros símbolos más tradicionales, como el castillo, un enorme baluarte que es el monumento más popular de Finlandia, o la catedral, que se iniciaron conjuntamente en el medievo; pero la ciudad vive con vistas al futuro, con una intensa actividad marítima, por ser el punto de unión en la ruta entre Estocolmo y San Petersburgo. Un capítulo aparte lo merecerían los ferrys, utilizados por suecos y finlandeses como bares-discotecas flotantes, debido al alcohol libre de impuestos y al ambiente liberal que se respira. También les llaman love boats... Y justo en el río, frente a uno de los barcos-museo que pueden visitarse, termino mi periplo; sin embargo, y como decía Kurosawa, las películas nunca se terminan, sólo se abandonan, igual que Helsinki, igual que Tampere o Turku. Exactamente igual que Finlandia.

| lunes, 13 de agosto de 2007 | 15:37







WI-FI LITERARIO






El escritor de hoy es un escritor que ya no puede vivir de espaldas al mundo, sino que debe reflejar su multiplicidad. Ahora todo se redefine constantemente, todo es una frontera, y a la hora de crear escenarios de vida, las obras, las verdaderas obras de arte, honestas, auténticas, meticulosas, imaginativas y catárticas, ya son imposibles de realizar en el interior de ghettos o esnobismos nacionalistas, aunque se construyan hablando del vecino, sí, pero ese vecino no es más que una simple excusa para hablar del mundo. Cuando Juan Carlos Onetti escribía sobre los paisajes de Santa María no hablaba sólo de Santa María. Cuando Juan Rulfo escribía sobre Comala no hablaba sólo de Comala. El listón es siempre universal, una especie de Wi-Fi literario, porque la literatura no es más que un reflejo palidísimo de la vida, mestizaje, interconexión, hibridación, mezcla, interrelación... Por eso precisamente el mejor escritor español es Scott-Fitzgerald. Por eso es Mishima. Por eso es Lermontov.

| martes, 7 de agosto de 2007 | 1:04





EL BIEN



A raíz de las manifestaciones en Israel de los supervivientes del Holocausto contra el vergonzoso plan de Ehud Olmert que contempla ofrecerles 14 euros al mes como manutención, abriendo así la puerta a la fantástica posibilidad de que una gente que sobrevivió al salvaje nihilismo de las SS, pueda ser liquidada por su propio gobierno, se me ocurrió que, en un mundo donde tan fácil es definir el Mal -véase Bush, Gaddafi, ETA, los yanyaweed de Darfur, Mahmud Ahmadineyad, los pirómanos estivales…-, cada vez resulta más complicado definir el Bien. En efecto, en el océano convulso y confuso del relativismo, es casi imposible encontrar algo tan perfecto, genuino, completo y puro como el reverso tenebroso, ese sí sin ningún tipo de contradicción. Ahora bien, hace un par semanas descubrí la historia de Irena Sendler. En 1939, cuando la Wehrmacht aplastó Polonia, ella era una trabajadora social en la treintena que hacía su trabajo en comedores sociales, donde también se alimentaba y entregaba dinero a familias judías, inscribiéndolas como católicas para evitarse problemas con los alemanes. Las cosas continuaron mal que bien hasta que todo cambió en 1942. Los nazis apretaron las tuercas en Varsovia y acotaron un guetto, la futura tumba de miles de judíos donde diariamente morirían por inanición o enfermedad. Irena recordó entonces las dos reglas que le había repetido su padre desde pequeña: la gente se divide entre buenos y malos sólo por sus actos, no por sus posesiones; ayuda siempre a quien lo necesite. E Irena actuó en consecuencia. Consiguió un pase del Departamento de Control Epidemiológico y entró legalmente en el guetto durante semanas llevando comida y medicinas, y portando siempre una estrella de David como símbolo de solidaridad y para no llamar la atención de los guardias. Una vez dentro, comprendió que lo único que podía hacer era intentar salvar a los niños, por lo que comenzó una frenética labor de evacuación utilizando todas las formas imaginables, ataúdes, cajas de herramientas, entre restos de basura, como virtuales enfermos contagiosos, a través de pasadizos secretos… En su mente resonaban siempre las súplicas y la amargura de los padres que eran separados de sus hijos y le rogaban su promesa de que vivirían, de que tendrían un buen hogar. Ya fuera del infierno, era necesario elaborar documentos falsos para los niños, pero a su vez Irena apuntaba sus verdaderas identidades en notitas que luego guardaba en botes y frascos de conserva y enterraba bajo un gran manzano en el jardín de su vecino, frente a los barracones de los soldados alemanes. Allí guardó el pasado de 2500 niños del guetto hasta que los nazis se marcharon. Sin embargo, la Gestapo sabía bien que no hay cántaro que pueda ir demasiadas veces a la fuente y terminaron descubriéndola. Durante meses la interrogaron, le rompieron las piernas y los pies, pero no reveló nada. Ni siquiera cuando la condenaron a muerte soltó una palabra. Al final, la resistencia sobornó al soldado encargado de ejecutarla para que la dejase escapar: no podían permitir que muriese con el secreto de la ubicación de los niños. Después de todo el calvario, 2500 niños pudieron reunirse con sus padres o familiares o le guardaron un agradecimiento infinito a Irena Sandler. Con el tiempo, la joven polaca se convirtió en una encantadora ancianita de 97 años, que a día de hoy sigue viva y reside en un asilo en el centro de Varsovia, desde hace años encadenada a una silla de ruedas en parte debido a las lesiones que arrastra tras las torturas de la Gestapo. Durante años guardó silencio sobre sus hazañas, que sólo pudieron ser descubiertas casualmente hace poco por unos estudiantes de la universidad de Arkansas. Aún hoy, cuando le preguntan cómo tuvo el valor de hacer aquello, se irrita y contesta con un hilillo de voz: yo no hice nada especial, sólo hice lo que debía hacer, nada más. Hablábamos de definir el Bien. Pues ahora está claro: el Bien es un gran manzano con 2500 botes y frascos de conserva enterrados entre sus raíces, llenos de notitas, justo aquí al lado, en el jardín del vecino.

| lunes, 6 de agosto de 2007 | 12:31



IMPROVISACIÓN SOBRE UN DIBUJO DE ÁLVAREZ CABRERO


El amor no es más que querer ser el centro de atención. Cuando nos miramos, el mismo dios Eros desciende sobre nosotros, vive en nosotros, mira a través de nuestros ojos, besa por nuestros labios. No recordamos ya cuánto llevamos así, con la sangre anegada de endorfinas, los niños brotando a nuestro alrededor como tiernos conejos de una chistera, el tiempo que transcurre al margen del tiempo. Amamos este reino de lo pequeño, de lo limitado, donde el sexo no es solamente sexo y se convierte en una necesidad imperiosa de salir de uno mismo y de una vida que ni se entiende ni se quiere. Resultó perturbador desear tanto a alguien desde el primer momento, porque nunca se tiene demasiado; en cierta manera es amarse a uno mismo, porque todos buscamos siempre un espejo donde mirarnos, da igual lo que refleje, con tal de reconocernos en alguna medida. Nosotros ya no tenemos historia, porque las personas felices no tienen historia. Y aunque sabemos que esta será una de esas relaciones de las que surgirá tanta nostalgia y tanto dolor y en cuyo recuerdo quedaremos atrapados, confinados para siempre en el futuro; aunque somos conscientes de que el amor a primera vista no es más que la intuición de la persona que más daño nos puede hacer, nosotros soñamos, soñamos con envejecer juntos mientras los hijos crecen y se abren paso en la vida, y en nada nos asombraremos de lo rápido que pasa el tiempo, y mientras los nietos se multiplican a nuestro alrededor de nuevo como tiernos conejos, ya viejos, muy viejos, desconcertados por las distancias de su vida, empezaremos a olvidar dónde nos conocimos, las palabras, los gestos, los olores y sonidos, todo irá desapareciendo como papel mojado, con un movimiento lento, de arrastre, incluso lo que hemos sentido el uno por el otro, y todo nos lo guardaremos, sin decir ni una palabra, para que las nuevas generaciones no sepan de ese vacío, de esa soledad y puedan vivir todo lo que nosotros estamos viviendo, el júbilo, el miedo, el dolor, el amor, todo, absolutamente todo lo que nos define como seres humanos exactamente como si fuera la primera vez. Pero, mientras, nos miramos sin parpadear, sin apartar la mirada, sin bajar la cabeza. Bien… Mal… entre nosotros eso carece de sentido, porque aquí sólo importa la intensidad.

| viernes, 3 de agosto de 2007 | 12:31



LA YIHAD Y EL GRAN NO


¿Alguien se preguntaba cómo era posible que tipos con carrera y que tomaban el desayuno en Starbucks se dedicasen a estrellar Boeings contra rascacielos y a autoinmolarse en piras sacrificiales? Les voy a resumir el programa de estudios 2007-2008 de una madraza cualquiera para que saquen sus propias conclusiones. 1º) Cójase a un chico y enciérrelo en una institución total, donde nunca se cuestionará al maestro y sus deseos se convertirán en convicciones. 2º) Durante ocho años estudiará el Corán, los dichos de Mahoma, jurisprudencia islámica, lógica y árabe, mucho árabe. 3º) Se memorizará todo a base de repetición. 4º) Se rezará tres veces al día más una jaculatoria antes de acostarse. 5º) Cuando se levanten con el almuédano, otra plegaria más, no vaya a ser. 6º) No hay televisión, ni Internet ni libros, si quieres juerga te vas a la mezquita. 6º) Todo es gratuito, tanto las clases como la manutención. Conclusión: Agítese todo antes usarlo y tendrá a un individuo que ha perdido su individualidad en aras de un régimen de vida que estructurará tanto su personalidad como su visión del mundo. Lo curioso es que mientras numeraba este artículo y cruzaba esa sutil línea que separa la religión de la ideología, me acordé de los usos y costumbres de una iglesia como la española que ahora clama desaforadamente contra la asignatura de ciudadanía. Durante cuarenta años han sermoneado desde la verdad absoluta, han normado cómo tenía que comportarse la gente, lo que se podía leer y visionar y desear, lo que podíamos o no tocar… Conclusión: alguien en el seno eclesiástico debe de echar de menos aquellos tiempos de poder y gloria. Y esos alguien -que yo como optimista irredento espero que sean minoría-, deseantes de un retorno a una sociedad sin discurso ni aristas, sintética y aséptica como uno de esos zumos de naranja que no saben a zumo de naranja, se han puesto a organizar una versión castiza de la Yihad. Esta ofensiva religiosa contra los valores cívicos y los derechos humanos va en la línea de siempre: un gran No. No a la ley del divorcio, no al derecho al aborto, no al matrimonio entre homosexuales, no a la investigación con células madre embrionarias, no a la eutanasia, no a la educación de la ciudadanía… y todo así. Da igual que tú no comulgues con los preceptos de la Conferencia Episcopal ni que la misa tridentina en latín y con el ejecutante de espaldas a los fieles no te acabe de poner. Es indiferente que los no católicos no deseen una enseñanza confesional que, en muchos casos, va contra la Constitución y la democracia. No tiene importancia que haya unas leyes por encima de las cuales ni siquiera ellos pueden estar, unas Cortes, unos tribunales. Para qué tener ciudadanos, piensan esos alguien, cuando se puede tener súbditos. Y yo cuando pienso en ellos pienso lo mismo que Bogdanovich hablando del cine después de ver una película de Lubitsch: cómo hemos podido ir tan lejos en la dirección equivocada. Lo dicho, nostalgia del antiguo poder, del pasado control sobre los cuerpos, los espíritus, los destinos, las vidas y las muertes. Señores, a ver si se van enterando, la mayor celebración de la gloria de Dios no es Notre-Dame, sino un respeto de resonancias kantianas en favor del valor de cada persona, de su individualidad, de su libertad, de su dignidad. Como decía Camus, la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas. Así que estemos en guardia. Contra la Yihad. Contra cualquier tipo de Yihad.