| lunes, 18 de junio de 2007 | 20:14


EL PESEBRE

Algo huele a podrido en Dinamarca, y disculpen si fusilo por millonésima vez al Bardo. Sí, una peste, un hedor, un tufo como el que inundó Nápoles hace un par de semanas cuando la Camorra se negó a recoger la basura de la ciudad. La hediondez en España no procede de la basura, pero sí tiene que ver con la Camorra. Con una especial, y como el paté de los anuncios, de casa de toda la vida: los jetas. Efectivamente, los caraduras, los sinvergüenzas, esos tipos con el morro de cemento armado protagonistas de un idilio eterno sin afecto ni ideología, una unión simbiótica entre el empresario sobrado de pasta y falto de escrúpulos y el político falto de pasta y sobrado de ganas de que le falten también los escrúpulos. Hace tiempo que, como los fanáticos que define Santayana, redoblan sus esfuerzos en la medida que olvidan el objetivo; antes quizás era un poco de dinero negro para las municipales, o el master para el niño, o ese chalecito en la sierra, que con el sueldo público no se llega a fin de mes, ya se sabe. Eso era antes, claro. Ahora no hay que darles de comer aparte, ahora necesitan un pesebre de medio kilómetro. El problema es que toda gota malaya acaba haciendo agujero, y la infinita desidia del ciudadano medio empieza a ponerse a prueba con la deuda familiar superando los 800.000 millones de euros, la gente obligada a destinar un 40% de sus ingresos a la compra de una vivienda, y los metros de las casas acorralando por momentos a sus moradores a la manera de Casa Tomada, el prodigioso cuento de Cortázar. De ahí a que las hipotecas comenzasen su caída libre y se controle el Euríbor como quien se controla el colesterol, no había más que un paso. ¿Y entonces qué? Pues entonces una vez que salta la liebre, que no deje de correr y no permitir nunca más que nos digan que está lloviendo cuando en realidad nos están meando. Detener ese chapapote inmobiliario que se extiende por Valencia, Castellón, Baleares… no es más que el primer ladrillo de otra construcción, ésta individual, personal, que es el fractal necesario para el cambio social. Porque no sólo es la intención o la naturaleza de los actos lo que determina su valor moral, sino también la indiferencia. Es decir, después de depositar una papeleta en la urna y que todos los partidos lean los mismos resultados de manera diferente, y al margen de los colores que hayan salido en cada municipio, critique, exija, denuncie. Critique que anden hablando del ombligo de Adán o de cuántos ángeles pueden bailar sobre la punta de una aguja, cuando de lo que deberían hablar es de mejorar los mecanismos de la administración para frenar proyectos abusivos e insensatos; exija que dejen de crecer grúas como si fueran setas por todo el litoral mediterráneo, hasta el punto que se urbanice cada día el terreno equivalente a tres campos de fútbol; denuncie el lanzallamas de residuos, ruido y contaminación con el que se inflaman segundo a segundo nuestras posibilidades de seguir habitando el planeta. San Agustín dijo que la esperanza tiene dos hijos maravillosos: la ira y el valor; una por cómo están las cosas y la otra para cambiarlas. Más claro, el agua. Y si últimamente parece ser que ha devenido en realidad uno de los sueños más lisérgicos de todo freakie de la literatura, o sea, que Shakespeare escribiese la continuación de El Quijote -se ha autentificado que Cardenio es del Bardo-, todo es ya posible. Incluido otro mundo.